domingo, 15 de mayo de 2016

El "Déficit de Naturaleza" nos desconecta del Ser

La vida de los venezolanos, y de nuestros niños y adolescentes se ha convertido en una prueba de paciencia, un reto por la paz interior y una verdadera carrera para quemar etapas (mirando exageradamente al futuro) lo que les (y nos) aleja cada vez más de su propia naturaleza, de sus ritmos, de su sentido del misterio. Muchos chicos se están perdiendo lo mejor de la vida: Vivir su presente en paz, descubrir el mundo, adentrarse en la realidad, aprender a sentir serenidad en las relaciones. Un ruido ensordecedor bloquea sus preguntas, la sobresaturación de conflictos, las llamativas pantallas interrumpen la sensibilidad y el aprendizaje lento de todo lo maravilloso que hay que descubrir.

Muchos de nuestros chicos estaban acostumbrados a tenerlo todo antes de desearlo y sin esfuerzo [lo que ya era mucho decir...] ahora a no tener lo esencial porque no hay disponibilidad de insumos básicos para la mayoría de las familias. Cada vez más padres están bajo las exigencias, por un lado válidas y por otro lado irracionales, de sus hijos, aunado al reto de "digerir" su propia confusión como líderes, porque no sembraron ternura y agradecimiento, dejando de compartir juntos la paciencia y el fluir al ritmo natural de la vida. La buena noticia es que si abrimos bien los ojos y nuestro corazón, en medio de la crisis, podemos ver más claramente lo esencial: El amor incondicional, que es primeramente comprensión en las dificultades y la posibilidad de valorar y agradecer cada bendición (desde las más pequeñas).

Nuestros niños (especialmente los que viven en ciudades) necesitan más que nunca conectarse con los ritmos de la naturaleza, acostumbrarse pacientemente mirar y tocar los árboles, a ver cómo se arrastra un caracol, observando cómo una flor crece, cómo una gota de lluvia resbala por el cuerpo de un insecto, viendo aparecer un brote, regando las plantas, recogiendo frutos con agradecimiento y dando de comer a los pájaros. Los niños deben aprender a levantar la vista hacia el cielo de vez en cuando, como lo hacíamos nosotros cuando nos acostábamos en la grama que nos “picaba” y nos hacía cosquillas detrás de las piernas y nos imaginábamos que las nubes tenían forma de dinosaurios o perros.

Nuestra adicción a la velocidad y la hiperestimulación (no exclusiva de niños y adolescentes) está haciendo que el tiempo que pasamos en contacto con la naturaleza sea cada vez menor. Teniendo en cuenta que las ciudades y más aún las nuevas tecnologías son inventos relativamente “recientes”, podremos entender que el ser humano aún no haya tenido tiempo y sabiduría para adaptarse a esta nueva condición/herramienta, sino que somos seres hechos para vivir en contacto y al ritmo del medio natural.

El término de 'Trastorno por Déficit de Naturaleza' fue acuñado por el periodista y escritor Richard Louv en el año 2005, en su libro "El último niño de los bosques''. Y lo que parecía un manual en favor de la naturaleza sin más, dio lugar a todo un movimiento seguido por educadores y padres que buscan restablecer el vínculo entre los humanos y la naturaleza, y muy especialmente entre niños y naturaleza. El contacto directo con la naturaleza es, por tanto, un recurso preventivo y sanador que puede mejorar no sólo nuestro funcionamiento psíquico, sino nuestra salud física, en la medida en que ayuda a recuperarnos del estrés a que estamos sometidos.